Mi primera paciente

Mi primera paciente

Su nombre es Ana, y hace unos meses que ha cumplido 80 años. Es mi madre.


A los 78 años, después de varios años esperando una prótesis de cadera que le permitiera volver a caminar dignamente y sin dolor, la traumatóloga nos informó que de que no se podía llevar a cabo la cirugía porque tener tan alto el nivel de glucosa en sangre suponía un grave riesgo de infección. “Tendría que volverla a intervenir para quitarle la prótesis, y se quedaría usted en una cama para el resto de su vida”.
Aquel día le cambió la vida.

Ella ya sabía que nunca lo había estado haciendo bien. De “tener el azúcar alta” (según ella, porque era la única de sus hermanos que había tenido la “mala suerte” de heredar la diabetes “de mayor” de mi abuela) pasó a las patillas, y de ahí a la insulina. La realidad es que la mayoría de los prediabéticos que conozco son “malos pacientes”, pero no es su culpa porque en este mundo en el que vivimos lo tienen absolutamente todo en contra, además de que hay ciertas cosas que nadie les ha explicado.


Si “moverse más y comer muchas veces, pero poca cantidad” fuera la solución, no habría en este momento 537 millones de diabéticos en el mundo. En España son más de 5 millones (algo así como si juntáramos a toda la población de Madrid y Barcelona), lo que significa un incremento de un 42% con respecto a las cifras de 2019 según los últimos datos publicados por la Federación Internacional de Diabetes (FID). Pero es que además, se estima que un 30% de las personas que viven con diabetes en España no han sido aún diagnosticadas.


Toda la vida le agradeceré a aquella doctora la sensibilidad que tuvo explicándole a mi madre lo que implicaba ser diabético, y la importancia de cuidarse para no perder la vista o las extremidades (entre otras cosas). “Es el asesino silencioso, pero no le hacemos caso porque no nos duele nada”.


En cuanto nos subimos al coche, me dijo: “enséñame a comer”. Yo estaba a punto de mudarme de nuevo a Barcelona, así que aprovechamos al máximo el tiempo del que disponíamos. Le enseñé nuevas formas de cocinar los alimentos, hice algunos cambios en su dieta sustituyendo algunas cosas e incorporando otras, y sobre todo le enseñé la estructura que debía seguir para que ella misma decidiera cómo armar su menú semanal, dándole total libertad para que lo hiciera.

Por último, le escribí unas recomendaciones generales en una hoja de papel que pegué con un imán al frigorífico.


Al cabo de unos tres meses volvió a la consulta del internista al que se le había derivado, que la felicitó bastante sorprendido de que hubiese conseguido estabilizar el nivel de glucosa en sangre en un tiempo récord, y además perder peso. Como él mismo le confesó, no es fácil que una persona consiga vencer cierto tipo de resistencias, y mucho menos a esa edad.

Pero como dice ella siempre, “la necesidad tiene un pincho”.


Pero además, es que en este caso “el pincho” ni siquiera era tan afilado, porque ella misma no se podía creer “lo bueno que estaba todo” y que encima “no le subía el azúcar”.

Poco tiempo después se convirtió en la mujer biónica con su nueva prótesis de cadera, liberándose al fin del dolor que la había acompañado durante los últimos años, y que le impedía hacer una vida normal. Esta fotografía es de cuando estaba recién operada, y salíamos todos los días a caminar y a tomar el sol.

Hace tan solo unos días, su médica de cabecera acaba de retirarle algunas pastillas que llevaba años tomando, porque ya no la necesita.

Ella es consciente de que todos los años que “se ha pasado” con el azúcar han tenido consecuencias para su salud, pero también está agradecida porque no han sido tan graves como las que han padecido otras personas.

Tienes dos formas de ver lo que te pasa. Cuando la traumatóloga le dijo que no podía operarla, mi madre podía haber optado por quedarse instalada en el victimismo, y sin embargo decidió hacer lo que tenía que hacer, sin excusas, agradeciendo además que aquella circunstancia le hubiera abierto los ojos y le permitiera vivir mejor los años que le quedaran.

Nunca es tarde para cambiar tu vida.

Y no sólo te lo digo yo. Pregúntale a ella.

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